Discurso equivocado


Gilberto Salazar


La semana pasada viví una experiencia que honestamente no pensé experimentar jamás, y es que soy, o era, un convencido que en nuestro País podemos ejercer con amplia libertad nuestro derecho a la libre expresión de ideas y opiniones; pues fue precisamente el ejercicio de las libertades informativas lo que permitió fraguar el movimiento de la Revolución Mexicana, y que su tutela y garantía quedaran consagrados en la Constitución de 1917.

Aunado a esa disposición, se suman las “benditas redes” sociales que generan en las personas la idea de poder utilizar cualquier plataforma de intercambio de contenidos con amplia libertad, a grado tal que incluso existen algunas voces optimistas que afirman que no existe un medio más democrático que la Internet, aunque eso no es del todo cierto.

Volviendo al punto, quienes hacen favor de seguir lo que escribo, recordarán que en el artículo de la semana pasada “El gobierno de las palabras”, realicé una crítica sobre la forma en que como sociedad nos informamos en estos tiempos, y cómo, a pesar de vivir en la “era de la información” y tener como nunca antes acceso a fuentes de información en prácticamente cualquier parte del mundo y en tiempo real, vivimos más desinformados que antes del advenimiento de la era de la Internet.

Entonces, advertí sobre la necesidad de trascender a la información superficial que nos es presentada en las redes sociales, pues por lo general ofrecen información fragmentada y tendenciosa para favorecer la imagen pública respecto de un tema determinado; y más aún, en un contexto en que la información falsa (fake news) no solo es producida por usuarios malintencionados, generalmente anónimos, de redes sociales; sino que es generada de manera institucional, pues existen personajes sin escrúpulos que deliberadamente tergiversan la información para favorecer a sus intereses, como esa ocurrencia a propósito de la contingencia del COVID-19 de consignar como causa de muerte “neumonía atípica”, de esa manera, se aseguran de contener la estadística de fallecimientos a causa del coronavirus; pero como dijera Cristina Pacheco: ¡Aquí nos tocó vivir!

Pues bien, a propósito de puntadas y ocurrencias, denuncié que actualmente existe un ejercicio abusivo del derecho a informar por parte del Estado, tal y como ocurrió en los regímenes totalitarios durante la primera mitad del siglo XX en la Unión Soviética, Alemania, Italia y Japón; y el haber señalado de manera puntual esa realidad, me valió que alguna o algunas personas denunciaran mi Blog personal por considerar que su contenido resulta ofensivo. Esa acción fue suficiente para que Facebook no me permita más compartir contenido directamente de mi Blog.



La verdad es que me dio mucha risa la situación, y debo confesar que me produjo hasta cierta satisfacción, pues hizo evidente que quien o quienes se ofenden con el hecho de que se exponga la realidad de manera objetiva, prefieren denunciar como ofensivo un perfil o blog desde el anonimato, antes que entablar un debate y con razones, convencerme y a mis lectores, de que mi opinión o percepción es equivocada.

Paradójicamente quien o quienes me censuraron, al haber actuado así, me conceden razón respecto del hecho de que existe un uso abusivo del derecho del Estado a comunicar, que no tolera visiones distintas a una realidad que sólo ellos ven.

Sin embargo, de toda experiencia por desagradable o desmotivante que resulte siempre se aprende algo, y lo vivido me motivó a realizar un ejercicio de introspección y retrospección, que comparto a continuación.

Hasta antes de la semana pasada creí que mi pensamiento político se identificaba con “la izquierda”; sin embargo, el haber sido censurado por criticar la disposición de la comunicación política en México, que se supone es administrada por un gobierno de izquierda, hizo que cuestionara y revisara entonces ¿Cuál es mi posición política?

Quienes me conocen de más tiempo, saben que durante los periodos comprendidos entre el 2000 a 2006, 2006 a 2012 y de 2012 a 2018, critiqué duramente a quienes estuvieron encargados de la administración del Estado (Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto), entonces, era muy fácil auto adscribirme como una persona con pensamiento político “de izquierda”, pues quienes gobernaron en esa época provenían de la “derecha” (PAN) y del “centro – derecha” (PRI). Sin embargo, ahora que gobierna “la esperanza de México” que se supone sustenta una ideología de “izquierda” sigo siendo el mismo criticón inconforme que fui durante los últimos 20 años; entonces ¿Qué pasó?

Esta cuestión me hizo ubicar el momento de mi despertar ciudadano, es decir el momento en que comencé a interesarme en los asuntos públicos; desde luego la adquisición de esa conciencia cívica no se produjo de manera espontánea, ni por casualidad; sino que fue resultado de haber tenido la fortuna de tener el buen ejemplo en casa, pues mi padre desde que recuerdo siempre se mostró interesado en los asuntos públicos y no solo eso, tomaba acción para hacer política de manera organizada y buscar mejores condiciones de vida para su comunidad; aunado a lo anterior, tuve la fortuna de coincidir con maestros y amigos que despertaron en mí, un espíritu inquisitivo que me motiva a cuestionar absolutamente todo, más aún cuando se trata de temas de interés colectivo.

Somos enanos en hombros de gigantes, y en la universidad tuve la fortuna de tener como maestros, y después como amigos al desaparecido Notario Público Antonio Rodríguez González, así como al Dr. Francisco Montfort Guillén; en mi primer trabajo tuve la oportunidad de colaborar al lado de excelentes operadores jurídicos y políticos como la Dra. Mireya Toto Gutiérrez, Ramiro Novelo Berrón y Froylán Ramirez Lara; no obstante, mi persona cívica terminó de formarse con el distinguido magistrado en retiro Gregorio Valerio Gómez.

Recuerdo como si fuera ayer, que a principios del año 2000, el Dr. Monfort me invitó a colaborar en un proyecto editorial que recién había iniciado junto con Arnaldo Platas Martínez e Inocencio Yañez Vicencio; entonces incursioné por primera vez en esto de la escritura en el número 2 de la Revista “Nuevo Siglo”, que mostraba en su portada la imagen de una persona que usaba una máscara de látex del entonces candidato a la presidencia de la República del Partido Acción Nacional, Vicente Fox Quezada, y en el título se leía: “Opinión Pública débil”.

La elocuente portada de esa revista, hace 20 años ya denunciaba uno de los mayores problemas de nuestro país, el que se perciba a la política como si se tratara de un carnaval, en el que el nivel del debate era entonces, y tristemente parece que sigue siendo así, qué candidato es más echado pa´ lante y dice más ocurrencias, por no decir lisa y llanamente más pendejadas.

Después de haber realizado ese recuento me di cuenta de no, no soy una persona de izquierda, tampoco de derecha y mucho menos de centro; revisando lo que he pensado, expresado y hecho durante los últimos 20 años de mi vida, me doy cuenta que no tengo una ideología política más allá de la concepción de lo que considero significa ejercer su ciudadanía. Así pues, solo soy un ciudadano interesado en los asuntos públicos, y que, consciente de mis derechos y sobre todo de las obligaciones que corresponden a las autoridades, representantes y mandatarios, señalo, crítico y exijo cuentas, ni más ni menos.
Es por esa razón que, gobierne quien gobierne, del color o ideología que sea; del estadio etario en que se ubique, y aunque se coma o no las “eses”, siempre voy a criticar y cuestionar su desempeño cuando, a mi juicio advierta que se aparta de su deber constitucional.

Ese es el deber de todo ciudadano en un estado democrático de derecho, ejercer su ciudadanía y exigir cuentas a sus mandatarios y representantes; y por esa razón, a pesar de la piedra en el zapato, continuaré compartiendo mis opiniones sobre los temas que considero nos deben ocupar a todos por igual.

En oposición a lo anterior, cualquier persona que se diga democrática, se equivoca cada vez que censura y anula las opiniones que le resultan adversas, cuando denosta a sus oponentes, pone etiquetas, polariza y divide; y al actuar así, sin quererlo se contradice y sostiene un discurso equivocado.



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