Cochinos, pero no trompudos.
Gilberto Salazar
No se qué tan común sea la
expresión que sirve de título al presente en el resto del País; al menos en
Veracruz, es habitual escuchar en ciertos contextos la expresión: “hay que ser
cochinos, pero no trompudos”; no obstante, considero que si no se usa en su
literalidad en otros lugares, sin duda deben tener alguna expresión similar que
refiera a la misma situación.
¿A
qué se refiere?
Es un dicho estrechamente
vinculado a la práctica política y se utiliza para cínicamente presumir haber
realizado alguna hazaña en los márgenes de la legalidad, pero que en opinión de
quien la realiza, no causa afectación a nadie, al menos no de manera evidente.
También se utiliza en tono de crítica dirigida para quienes, a sabiendas de actuar
al margen de la ley, rebasan los límites más allá de lo que “en el medio” se
estima prudente. Se trata pues, de una expresión ambivalente.
Considero importante revisar
dicha expresión, pues revela la importancia de la existencia de límites que
como tales, constituyen diques imaginarios para contener los ímpetus
antisociales, ilegales, ilegítimos o ilícitos de los más osados, y que permiten
que la convivencia social no se vaya al diablo; es decir, para procurar el
orden y no prospere la anarquía.
Por paradójico que parezca,
aun las personas que actúan al margen de la ley, observan un código de conducta
que los limita y no les permite dañar de manera injustificada o
desproporcionada a los demás; para ellos, el quebranto al orden establecido
está justificado para alcanzar sus objetivos personales, pero nada más, pues al
superar los límites del sentido común, rompen el equilibrio y ello les puede
traer consecuencias indeseables.
Expresiones como: “Soy
ladrón pero no asesino”; “la familia no se toca”; “con los niños no se metan”;
entre otras, revelan la existencia de un código de ética, que si bien no está
normalizado, es observado de manera intuitiva por los forajidos.
¿Qué
determina el contenido de ese Código?
El seno familiar es la
principal fuente de los valores que aprendemos y practicamos, la convivencia
con nuestros padres, tíos y abuelos, determinan en buena medida el tipo de
personas que somos; pues de la familia generalmente asimilamos además de las
formas básicas de convivencia social –como saludar, despedirse, esperar turno
en una fila, ceder el paso o el asiento en el trasporte público, etc.– reglas y
principios que para mantener el orden natural (¿universal?) impone el dogma
religioso que se practique.
Después de la familia, otro
de los factores formativos de la personalidad lo encontramos en la escuela, los
compañeros y en los amigos; una vez más, la convivencia con maestros,
compañeros y amigos, determinan en buena medida las personas que somos, pues
desde nuestros primeros días, aprendemos con base a la imitación. Los párvulos
por ejemplo, aprenden a caminar, hablar y expresarse de cierto modo, mediante
la imitación de la forma en que lo hacen quienes están encargados de su cuidado
y crianza.
Así, las personas que
admiramos por la razón que sea, se vuelven referentes de conducta para nosotros
y como tales, inconscientemente tendemos a reproducir de ellos la forma de
hablar, vestir, de interpretar la realidad y en general cómo nos comportamos.
El
que con lobos anda…
Desafortunadamente para
todos, hace ya algún tiempo nuestros niños están creciendo con y como extraños.
La precaria situación económica de la inmensa mayoría de los mexicanos, ha
impuesto la necesidad de que papá y mamá trabajen jornadas extenuantes de lunes
a sábado, y en muchos casos de domingo a lunes, sin parar; circunstancia que
les impone la necesidad de confiar el cuidado, educación y formación de sus
hijos, en los casos más afortunados, en los abuelos o tíos; pero la gran
mayoría queda en manos de personas extrañas al seno familiar, en guarderías o
escuelas de tiempo completo en las que muchos niños pasan tanto tiempo como sus
padres en el trabajo.
Tragedias como la ocurrida a
principios de este año en Torreón Coahuila, donde un niño de 11 años mató a su
maestra y posteriormente se quitó la vida, encuentran su explicación no en el
uso de videojuegos o en la sobreexposición a programas de televisión o películas
de contenido violento, sin duda son factores que influyeron en la imaginación y
decisión del menor, no obstante, la razón que a final de cuentas determinó su
conducta, fue ni más ni menos que la ausencia de sus padres. La carencia
absoluta de modelos de personalidad virtuosos a los cuales parecerse.
La cosa se agrava en el caso
de los niños que crecen sólo con la mamá o sólo con el papá; no se hable ya de
los que son abandonados por sus padres y son criados por algún familiar, ni de
quienes se encuentran en situación de calle.
No lo sé de cierto, pues no
soy experto en el tema; sin embargo, conforme a la definición que de salud
mental, plantea la Organización Mundial de la Salud, como el “bienestar que una persona experimenta como
resultado de su buen funcionamiento en los aspectos cognoscitivos, afectivos y conductuales, y, en última
instancia el despliegue óptimo de sus
potencialidades individuales para la convivencia, el trabajo y la recreación”[1]; es muy probable que un
elevado porcentaje de los mexicanos suframos, en mayor o menor medida algún
tipo de trastorno mental que nos incapacita como personas socialmente
funcionales.
En el estudio “La salud
mental en México” (Sandoval 2006) se sostenía que el 18% de la población urbana
entre 18 y 64 años de edad sufría trastornos afectivos; proporción que es
congruente con la medición que realizó tres años después la organización de la
sociedad civil “Voz Pro Salud Mental” que estimó en 15% la proporción de
mexicanos que sufrían algún tipo de trastorno mental[2]. A más de diez años de
distancia, y tomando en cuenta la realidad que vivimos, creo que no es
aventurado considerar que en la actualidad la proporción se ha invertido, y
quizá sólo el 20% de los mexicanos gocen de plena salud mental.
Sólo así se explica que día
a día seamos testigos de terribles acontecimientos, como el de Ingrid Escamilla
quien fue privada de la vida por su pareja de manera por demás brutal; pero no
solo eso. ¿De qué manera se explica que la policía de proximidad, o la de
investigación haya filtrado las fotografías de la macabra escena?; que
“periodistas” y algunos medios de comunicación las hayan difundido de manera irrespetuosa
motivados la mezquindad de generar mayor audiencia; peor aún, que miles y miles
de usuarios de redes sociales las hayan reproducido y retransmitido de manera
morbosa, cayendo en el extremo en algunos casos de producir comentarios
grotescos que redundaron en la re victimización de Ingrid.
Vivimos en una sociedad de
enfermos mentales, y lo más grave del asunto es que no somos conscientes de
ello.
No
somos santos.
Ojalá y todos tuviéramos la
estatura de la persona ideal, así, como el Juez Hércules que Ronald Dworking
caracterizó como modelo, y por ende, es todo atributos y virtudes.
La verdad es que no es así. No,
no somos santos; resulta utópico e ingenuo pretender que algún día lo seremos, como
seres humanos, tenemos muchos defectos, debilidades y luchas internas que nos alejan
del ideal de virtud. No obstante, ¡Sí que podemos parecer santos!
Es un hecho que nos
comportamos de manera distinta cuando estamos solos; cuando estamos rodeados de
otras personas; e incluso cuando, estando solos nos sabemos observados. ¿Qué tal
si pretendemos día a día que somos observados por nuestros hijos, sobrinos o
nietos?; ¿Qué tal si imaginamos que somos su ejemplo e imagen referencial?; ¿Qué
le parecería que todos, de a poco seamos menos trompudos; menos cochinos; mejores
personas?
Si actuamos en consecuencia
podríamos asegurar que quienes vienen detrás de nosotros gocen mejor salud
mental que nuestra generación, en una de esas logramos formar personas respetuosas,
responsables, empáticas, solidarias… felices; y ¿Quién sabe?, en una de esas y
hasta nosotros nos enderezamos.
[1]
Sandoval De Escurdia Juan Martín, La Salud Mental en México, Servicio de
Investigación y Análisis, División de Política Social de la Cámara de
Diputados, LIX Legislatura, México, consultable en: http://www.salud.gob.mx/unidades/cdi/documentos/SaludMentalMexico.pdf
Comentarios
Publicar un comentario