Vivir sin miedo.
Gilberto Salazar.
El lunes de la semana pasada, (6 de enero) Denise Dresser
en su columna que tituló: “Un crimen más”[1],
compartió el relato de una amarga experiencia que la colmó de esa sensación que
desgraciadamente cada día es más común entre nosotros: enojo, impotencia,
frustración, desesperanza.
Y no es para menos, su señora madre fue víctima de
extorsión. La sorprendieron como es común en estos casos, dándole información personal
muy precisa, al grado que la convencieron de que tenían secuestrada a su hija;
el relato de esa amarga experiencia lo pueden conocer en la liga al pie de esta
entrega.
Como lo explicó la autora, la razón que la motivó a
compartir lo que vivieron ella y su madre ese domingo funesto, fue alertar a
sus lectores sobre la forma en que operan las bandas dedicadas a la extorsión
telefónica, y a las autoridades del País, un reclamo entre líneas por su
inacción ante este tipo de delitos.[2]
En lo personal considero que haberlo escrito y publicado
fue además un ejercicio de catarsis. Hablar sobre las malas experiencias o
recuerdos desagradables sin duda ayuda a limpiar nuestro sistema.
Imposible no ser empático con Denise. Estoy seguro que
todos quienes leen estas líneas, han sido víctimas de intentos de extorsión en
al menos tres ocasiones durante el último año, y en su defecto, los afortunados
que no han recibido este tipo de llamadas, seguro conocen cuando menos a una
persona cercana que ha sido víctima de este delito, en grado de tentativa o de
plano a quien, como se dice coloquialmente: lo rasuraron los malosos, ¡le tocó
cooperar…!
De acuerdo a la información presentada en el “Reporte
sobre delitos de alto impacto” correspondiente al mes de septiembre de 2019[3],
elaborado por el Observatorio Nacional Ciudadano, tan sólo en ese mes, se
registró en promedio una víctima de extorsión cada 61 minutos y 43 segundos a
nivel nacional; sin embargo la cifra negra que corresponde a las víctimas del
delito que por la razón que sea no denuncian es por mucho más alta. Así es, la
cosa es más seria de lo que parece.
Hace casi dos años, el propio Observatorio Nacional
Ciudadano dio cuenta de ello. De la Encuesta Nacional de Victimización y
Percepción sobre Seguridad Pública (Envipe) 2017, resultó que durante 2016 se
cometieron 31.10 millones de delitos, de los cuales, 7.5 millones (24.16%)
fueron de extorsión, ubicándose así a ese como el segundo con mayor incidencia a
nivel nacional.
Según se publicó en el Universal al respecto el 7 de
febrero de 2018[4],
dicha organización de la sociedad civil estimó entonces, que durante 2016 se
realizó una extorsión cada 4.2 segundos, lo que significa 19,200 casos al día.
¿Por
qué ha crecido tanto la extorsión en México?
Existe un relato sobre el arresto de John Dillinger, el
afamado asaltante de bancos de Estados Unidos durante finales de los 20´s y
principios de los 30´s, que cuenta que cuando era llevado bajo custodia por la
policía, un reportero se le acercó y le preguntó: “¿Sr. Dillinger, nos puede
decir por qué roba bancos?”, dicen que respondió: “Porque ahí está el dinero”.
Más allá de lo cuestionable que resulta la anécdota, pues
como ocurre con las celebridades, en ocasiones se les atribuyen anécdotas o
frases que jamás ocurrieron o expresaron, el relato sirve para hacer conciencia
de una realidad irrefutable: El negocio de la extorsión en México es una vaca
que da mucha leche.
La extorsión en nuestro país ha evolucionado, pues hace
diez años los extorsionadores eran una suerte de estafadores que lucraban con
la ingenuidad o la ambición de las personas. ¿Quién no recibió un mensaje de
texto, de esos prehistóricos SMS, anunciándole que se acababa de ganar un auto,
cien mil pesos y un teléfono celular ultima generación?; ¿O la llamada del
licenciado “¿Rodríguez Villaseñor” de “Boletazo”, que anunciaba ser el
afortunado ganador de un premio excepcional?
Hoy los extorsionadores se valen del miedo de las
personas para, mediante la violencia verbal y psicológica, hacerse de un
beneficio económico en perjuicio de sus víctimas.
¿Qué
podemos hacer?
Pues nos toca hacer de tripas corazón, ser valientes y no
permitir que ninguna persona quebrante nuestra voluntad. ¡Si dejamos de caer en
sus amenazas!, ¡Si dejamos de tener miedo, su negocio se acabó!; desde luego,
para ello se requiere despertar conciencias, para que todos dejemos de prestar
oídos a esas intentonas.
¿Y las
autoridades?
Es imperativo que las autoridades, incluidas las de la 4T
dejen de ser cómplices de la delincuencia organizada.
Se requiere que se cumpla la ley y por principio de
cuentas se instalen inhibidores de frecuencia (jammers) sin excepción en todos los
penales del País. Es indignante escuchar de la autoridad cuando se denuncian estos delitos: “no haga caso a este tipo de llamadas, son realizadas por
personas que se encuentran internadas en un penal”; ¡Ah bueno, así la cosa
cambia!
Se deben vigilar las operaciones de las instituciones de
la banca emergente, así como de los productos financieros de fácil acceso como
las tarjetas “saldazo”. ¿O qué? ¿A poco no se han dado cuenta que más del 80%
del pago de extorsiones se capta mediante dos bancos emergentes? El que vende
zapatos y el que vende televisores en abonos chiquitos.
También se requiere regular la venta de teléfonos
celulares desechables (burning phone),
se debería obligar las prestadoras del servicio de telefonía móvil a generar
medidas de control para la venta de ese tipo de equipos y para la asignación de
líneas bajo el esquema de prepago.
Para acabar con la extorsión se requiere además de un
esfuerzo adicional de nuestra parte, se necesita que como sociedad dejemos de
ser ridículamente incongruentes, por decir lo menos, pues nos quejamos y
escandalizamos de iniciativas como la del RENAUT[5],
pues nos aterra la idea que el Estado tenga acceso a nuestros datos personales;
no obstante los entregamos sin chistar a Facebook, o peor aún, a perfectos
desconocidos a través de aplicaciones de moda como aquella de ¿Cómo te verás
cuando seas viejo?; ¿Cómo sería tu yo del sexo opuesto?, y una larga lista de
etcéteras.
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