Hard reset.
Gilberto Salazar
Ahora que prácticamente todo mundo se ha vuelto tan
dependiente de la tecnología, nos enfrentamos a problemas que nuestros antepasados sólo fueron capaces de
imaginar motivados por una lectura o película de ciencia ficción; como ocurre
en The Terminator[1]
o en The Matrix[2],
si bien, la tecnología nos facilita la vida en muchos aspectos, cuando los
sistemas fallan, vaya que es un dolor de cabeza lidiar con ella.
¿Quién no ha tenido que llamar a su proveedor de Internet
para recibir asistencia técnica para restablecer su servicio?; o en el trabajo,
¿Al departamento de informática para resolver un problema con la red local, de
comunicación con la impresora, el escáner, o incluso con el propio ordenador?
La solución que se nos propone en esos casos generalmente
es la misma: Reinicie el equipo y vuelva a intentarlo. ¡Magia! Funciona en más
del 80% de las ocasiones. ¡El reinicio de sistema es como el paracetamol de las
tecnologías!
Sin embargo, hay ocasiones en que el reinicio simple no
es suficiente y se requiere de una medida más drástica.
No es aventurado afirmar que todos hemos sentido que nos
abandona el alma cuando nuestro teléfono móvil se congela y como dicen los
abuelos, no da “ni pa’trás, ni pa’lante”.
En esos casos la recomendación es casi la misma; aunque
de manera más profunda, pues se requiere hacer lo que en el argot de los geeks[3]
se conoce como “hard reset”, o lo que
es lo mismo: Restablecer el equipo a la configuración y valores de fábrica.
Cuando reestablecemos un equipo de esta manera, logramos
recuperar su funcionalidad, pero en el camino perdemos toda la información
coleccionada a lo largo del tiempo, bueno, no toda, solo la que almacenamos en
el móvil. ¡Adiós fotografías, videos, memes, stickers, contactos y conversaciones!
Pero, ¿Por qué ocurre esto con nuestros dispositivos
electrónicos? Pues bien, al utilizar día a día nuestra computadora personal, tableta
electrónica y nuestro teléfono móvil, segundo a segundo, se gestiona un
intercambio de información y datos en una proporción mayor a la que somos
conscientes. Cada vez que consultamos una página web, utilizamos una aplicación
o cuando compramos “en línea”, permitimos que ingrese información a nuestros
equipos, desde luego la que solicitamos, pero generalmente recibimos más de lo
que pedimos.
Así, a veces sin darnos cuenta damos permiso para que se
instale una aplicación o complemento que se puede volver un dolor de cabeza pues
nos bombardea de publicidad; o en algunos otros casos, agota la batería de
nuestro dispositivo, pues gestionan de manera automática el envío de
información en tiempo real hacia sus servidores, a los que reportan nuestros
recorridos, el tiempo que permanecemos en un lugar, los restaurantes, comercios
y demás lugares que visitamos, y hasta las cosas o palabras que buscamos cuando
usamos un motor de búsqueda como Google. Como decía don Pedro Ferriz: ¡Un mundo
nos vigila!
Es así, que en este intercambio de información,
consciente o inconsciente, deseado o indeseado, que realizan nuestros teléfonos
inteligentes, éstos van acumulando todo tipo de información; a la vez que se
vuelven vulnerables de ataques de aplicaciones maliciosas, como aquellas que se
utilizan para la sustracción de información personal para posteriormente ser
utilizada de manera ilícita; entonces, nuestros dispositivos electrónicos se
llenan de basura, por eso es necesaria la depuración de sistema de vez en vez.
Se requiere poner orden al caos de información que coleccionamos día con día, y
descartar todo aquello que es inútil.
Lo mismo pasa con las personas.
Durante nuestra vida somos expuestos a una gran cantidad
de información que registramos a través de los sentidos, gracias a la experiencia
sensorial es que aprendemos. El problema radica en que las fuentes de
conocimiento a que tenemos acceso son diversas, y en muchas ocasiones de
calidad cuestionable.
Así es, la realidad es que en la escuela sólo aprendemos
conocimientos básicos para tener una conciencia comunitaria e identidad
nacional que nos cohesiona como pueblo y asigna la noción de bien común y unidad;
por lo demás, durante el tiempo que recibimos instrucción formal –básica, media
y en su caso profesional– se nos dotan de conocimientos y herramientas para resolver
problemas; sea cual sea el área del conocimiento de interés, el objetivo final de
la educación formal es contar con profesionales capaces de encontrar
alternativas de solución a los problemas que se les plantean.
Si convenimos en lo anterior, subyace el problema del
desarrollo de la personalidad. La verdad es que por lo general no somos conscientes
de la necesidad de cuidar nuestra formación desde una perspectiva integral, que
permita que además de profesionales capaces de solventar los retos que se les
planteen, se forme a personas funcionales social y emocionalmente.
El ignorar la importancia que tiene el desarrollo de la
personalidad desde una perspectiva integral, determina en buena medida que nos
expongamos a fuentes de “conocimiento” de escaso valor para su sano desarrollo;
así, la música, contenidos audiovisuales, lecturas y sobretodo la interacción
con personas o ambientes nocivos, determinan que de a poco, y sin ser
conscientes de ello, nos transformemos en personas mentirosas, impuntuales,
prejuiciosas, ventajosas, gandallas, etcétera.
El cine, la televisión, la música y los contenidos que se
exponen en redes sociales nos enseñan y condicionan en un paradigma en el que,
para ser chingón hay que chingarse a los demás, y no permitir bajo ninguna
circunstancia que lo chinguen a uno; por eso, cuando estamos en aprietos, se
vale dar una mordida y evitar por ejemplo que te chingue el policía de
tránsito.
Así, día a día, sin quererlo, o sin tomar conciencia de
ello, nos vamos apartando de los valores que permiten el sano desarrollo personal
y comunitario; nos olvidamos de ser tolerantes, respetuosos, empáticos,
solidarios, honestos y responsables.
Sí, las personas también nos llenamos de basura.
Por costumbre el inicio de un nuevo año es el momento
propicio para establecer metas y propósitos a lograr a nivel personal durante
el ciclo que inicia. ¿Y si aprovechamos la ocasión para plantearnos un solo propósito
este año?, ¿Qué tal si nos despojamos de toda la basura que venimos cargando y no
nos permite ser felices?, ¿Qué le parece si nos deshacemos de todo lo inútil que
hemos aprendido y no representa ningún valor en lo personal ni para la
comunidad?, ¿Cómo ven, le entran?
Aunque parezca trillado, la realidad es que si no ponemos
atención en la calidad de personas que somos, gobiernos irán y vendrán, y la
situación de nuestro País no mejorará de manera sustancial, pues males como la
corrupción o la impunidad no se acaban por decreto, como quien enciende o apaga
una luz. No, la solución a esos problemas comienza con una decisión, y esa
decisión, de ser mejores corresponde a usted y a mí, ni más ni menos.
Deseo para todos quienes se toman el tiempo de leer estas
líneas que este año que recién inicia sea un año de oportunidades y prosperidad
para todos. ¡Feliz 2020!
[1]
Cameron, James, 1984.
[2]
Wachoski Brothers, 1999.
[3]
Término que se utiliza para referirse a las personas entusiastas a quienes fascina
la tecnología y la informática.
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