El de atrás paga.
Gilberto
Salazar
Uno
de los rasgos característicos de la mexicanidad es sin duda alguna nuestro
sentido del humor, el uso del doble sentido en nuestras comunicaciones por
ejemplo, nos ayuda a hacer más llevaderas las jornadas de trabajo, con lo que
reducimos el estrés e incrementamos la productividad. Cuando trabajamos en un
ambiente agradable lo hacemos mejor.
Desde
luego esto ocurre, siempre que existan metas claras y tramos de control bien
definidos; es decir, que cada quien sepa lo que tiene que hacer, que lo haga en
el momento en se deba hacer y además, que lo haga bien; de otra forma el caos y
la anarquía se adueñan de las organizaciones.
Nuestro
sentido del humor es una característica que nos llena de orgullo y resaltamos
hacia el exterior, pues los mexicanos (y las mexicanas) somos tan chingones que
¡Hasta somos capaces de reírnos de la muerte!; ¿Es verdad?, ¿Acaso la muerte no
nos alcanza, o nos es indiferente?
La
realidad es que no es así, somos tan frágiles y tan sensibles a ella como
cualquier persona en el mundo; sin embargo, como históricamente se nos ha
enseñado, en mayor medida a los mexicanos que a las mexicanas, que llorar es
signo de fragilidad, ocultamos nuestro dolor y en general nuestras emociones
por miedo a ser etiquetado por la comunidad de ser “débil”; entonces nos
ponemos una máscara, que nos permite sortear los momentos difíciles de nuestras
vidas mediante la adopción de actitudes evasivas que se ubican en dos polos
opuestos: la de la risa o la de la austeridad expresiva y emocional.
Así
como lo retrató Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, los mexicanos (y las
mexicanas) nos encontramos solos y deambulamos por la vida usando máscaras que
nos permiten sobrellevar la vida y no quedar expuestos a quienes podrían
aprovechar nuestra “debilidad”.
Entonces
el humor exacerbado de las y los mexicanos no resulta ser tan virtuoso como
pretendemos convencernos, porque nos aísla de los demás y nos ubica en una
realidad alternativa que sólo es conocida por cada quien.
Otro
de los rasgos de esta mexicanidad, que se relaciona con nuestra naturaleza
elusiva es precisamente la evasión de la responsabilidad personal y desde luego
pública.
La
frase que titula estas líneas, refleja un poco de ambos extremos: Se trata ni
más ni menos que de una expresión jocosa que justifica la elusión de la responsabilidad
personal.
A
quienes les resulte ajeno el dicho, les cuento; se trata de una expresión que es
muy común entre los usuarios del transporte público de pasajeros. En ocasiones
cuando viaja un grupo de amigos, es común que entre ellos exista algún vivillo
que se adelante a los demás, aborde primero y en lugar de pagar su pasaje,
traslada su responsabilidad al compañero que le sigue: “El de atrás paga”.
¿Patear el bote o culpar el pasado?
Desafortunadamente
ese paradigma de elusión de la responsabilidad nos aqueja y limita a nivel
personal y público.
Quién
no ha leído en redes sociales expresiones como: “yo jugaría fútbol a nivel
profesional, pero me chingué la rodilla”; “tengo sobrepeso porque tengo
metabolismo lento”; “soy de huesos anchos”; “como por ansiedad, mi trabajo es
muy estresante”; o en las escuelas, padres justificando su ausencia para
vigilar la educación de sus hijos o la falta de aplicación de sus vástagos con afirmaciones
como: ¡Lo que pasa es que el maestro le tiene tirria a mi hijo!
¡Los
malos resultados jamás son consecuencia de nuestra falta de: disciplina, previsión,
organización, preparación, capacidad o responsabilidad!
No,
si las cosas salen mal, la culpa siempre es de alguien más, ¡Vamos!, ¡Somos tan
incongruentes que nos enojamos cuando un agente de tránsito nos detiene por
usar el celular mientras conducimos o por que no usamos el cinturón de
seguridad!; cuando eso ocurre y compartimos la mala experiencia con los amigos,
generalmente la matizamos diciendo: ¡Es que andan como perros, nada más viendo
a quien sacarle dinero! La justificación por delante.
Si
así somos en lo privado imagínese usted en lo público, donde los problemas son
más complejos y en los que una mala decisión no afecta sólo al individuo sino a
la colectividad.
¿Imagine
usted que una persona así: Irresponsable, elusiva, procastinadora e incongruente
llegue a ocupar un cargo público y tenga la posibilidad de decidir por la
colectividad? Está canijo verdad.
El
problema no es nuevo, desafortunadamente nuestros gobiernos, nos guste o no,
son reflejo de la sociedad que somos. Ejemplos sobran en la administración
pública, donde es práctica común preferir “patear el bote” antes que resolver
un problema y esperar que la próxima administración lo resuelva; o bien,
justificar la falta de resultados actuales basándose en lo que hicieron o
dejaron de hacer quienes ya se fueron. Culpar al muerto es infalible, pues ya
no está para defenderse.
Ahora
bien, por más que podamos explicar y encontrar la razón que motiva la semántica
de los gobiernos de todos los niveles respecto de su irresponsabilidad pública,
lo que resulta imperativo es que se rompa el círculo vicioso de la
justificación política y se entreguen resultados y no pretextos. Aún y cuando
no sean los prometidos.
Y, ¿Cómo le hacemos?
Una
vez más, la solución está en nosotros, y desde luego este problema de irresponsabilidad
pública no se resolverá de inmediato, tampoco en el mediano plazo; no obstante,
se requiere que cada persona mexicana, deje de ser inconsecuente consigo misma,
asuma plena responsabilidad de su vida y acciones en lo cotidiano; de tal suerte
que deje de ser alcahuete con la irresponsabilidad de los demás, incluida la de
nuestras autoridades.
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